Ventajas y desventajas
de las máscaras
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Alaila Fernández |
El Lenguaje del Cuerpo es un libro escrito por Julius Fast,
que explica la conducta y comunicación no verbal, estudiada a través de la
Kinesia; ciencia que se encarga de observar los movimientos del cuerpo, conscientes
o inconscientes, con el objetivo de descifrar su significado. Parte de ésta
conducta, menciona Fast, es la
existencia de una imagen que el ser humano presenta a la sociedad, para ocultar
lo que en verdad siente, lo que en verdad es; a esta imagen, en el libro, se le
llama “máscara” y, por supuesto, para entender las ventajas y las desventajas
de éstas, primero hay que entender más profundamente lo que esta expresión
significa y la influencia que tiene en cómo se relacionan las personas.
Lo primero a tomar en cuenta, es que las máscaras son una
conducta disciplinada no verbal que facilita la comunicación con los demás, sin
tener que entrometerse en la vida de los demás y sin permitir que los demás se
entrometan en la suya. Un ejemplo claro de esta conducta es la sonrisa que se
ofrece a la gente cuando, torpe e involuntariamente, se invade su espacio
personal en lugares públicos, como cuando se está apretujado en un ascensor o,
en el caso más común de esta ciudad, viajando por transporte público; Las
máscaras son una manera cordial de comunicarle a la otra persona que se está
consciente de que se invade su espacio, pero que no es la intención ni hay
culpa en ello. No es una sonrisa de felicidad, tampoco se le debe una explicación a la otra persona, pero no se
quiere comprometer la imagen, la forma en que la otra persona percibe a uno,
tampoco se quiere ofender o molestar al otro y por ello se siente la
responsabilidad social de comunicar una disculpa.
Esta conducta natural trae consigo muchas ventajas además de
lo mencionado anteriormente; permiten expresarse de forma asertiva dependiendo
de la situación en la que se está. Se puede recibir una noticia extremadamente
buena y saber disimular, ocultar, “pausar” la felicidad delante de una persona
que está pasando por un mal momento. Estas máscaras se utilizan también para
crear representaciones socialmente aceptadas sobre quién es uno en realidad,
evitan que los demás vean las debilidades que lo componen, como una tarjeta de
presentación, vistiéndose de una manera específica y cuidando la forma de
hablar delante de quienes no le conocen.
Tras pasar la barrera de la primera impresión, permite relacionarse con
los demás sin ningún compromiso ni garantía de que existirá una relación
significativa, es decir; «si me llamas la
atención, me acerco a dar un vistazo, si no me agrada lo que veo al acercarme,
me alejo sin problemas ya que “no nos conocemos”.
Por supuesto, las máscaras son armas de doble filo. Sirven
para ocultarse, e ir comunicándose de forma graciosa y superficial con las
personas, pero cuando uno se acostumbra demasiado a ellas, uno se desprende de
la idea de que existe un verdadero yo
y se aferra más al yo superficial que
se ha creado. Esto trae problemas, sobre todo, de autoestima, cuando uno
quisiera ser tan bueno como la imagen que vende ante los demás y eso impide
mostrarles con honestidad quién es uno en realidad, alzando muros que dan como
resultado exactamente eso; relaciones superficiales en las que no se puede ser
feliz, en las que no se siente la libertad de ser uno mismo. Peor aún, cuando
esto ocurre de manera inconsciente, como se da en los casos donde, por
influencia cultural, hay muchas actitudes sociales que no son “permitidas”. Las
personas se inhiben a sí mismas y como resultado nunca desarrollan habilidades
sociales que les permitan desenvolverse en la intimidad o en la familia.
En conclusión, las máscaras son una herramienta útil pero que
también hace frágiles a las personas ante las hostilidades de la realidad; que
no se es tan especial como se quisiera ser, que se tiene defectos y que se es
un proyecto en constante crecimiento y la mejor manera de contrarrestar estas
aversiones es conocerse a uno mismo, ser conscientes de la propia esencia y
aceptarse como uno es.
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